Quizás te pueda sorprender, pero tengo 32 años y, durante este tiempo, no he dejado de invertir en mi crecimiento personal ni de profundizar en el conocimiento de mi propio ser.

Estoy convencida, de que muchos de los desafíos que enfrentamos tienen un origen común:
La falta de amor propio.

Pero no me refiero a una versión superficial de quererse; no basta con decirnos “qué bien me veo” frente al espejo. Hablo de un amor propio profundo, que se manifiesta en forma de respeto hacia una misma:

QUERERSE para:

➝ En poner límites firmes cuando alguien intenta sobrepasarlos.
➝ En alejarnos de vínculos tóxicos o de relaciones que solo nos buscan por interés o descargan sobre nosotras su malestar.
➝ En elegir lo que nos nutre: una alimentación consciente, el movimiento, la meditación, los vínculos sanos.
➝ En aprender a decir “no” a lo que no nos hace bien, y “sí” a lo que de verdad sentimos.

Sanar no es solo hacer terapia y esperar resultados. Es un proceso continuo de presencia y conciencia. Es vivir cada momento con atención, siendo honestos con lo que sentimos, lo que decimos, cómo actuamos y cómo nos relacionamos con los demás. Es observar con curiosidad cómo respondemos ante situaciones que ya nos han dolido antes, y elegir otra forma de estar ahí.

No creo que el crecimiento personal tenga género, pero sí necesita propósito. Sin ese propósito claro, ningún programa puede generar transformación real. Puede que mi taller te ofrezca una pausa, un respiro. Pero si no hay intención, saldrás por la puerta igual que entraste.

Este espacio no busca evasión, sino conexión. Una invitación a mirar hacia dentro con sinceridad y a elegirte, de verdad.